Intervención de Pablo Casado en el Foro Atlántico

Fundación Internacional para la Libertad XIII Foro Atlántico

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado

Es triste que tenga que celebrarse unas jornadas bajo el título la urgencia de la Libertad.

Es lamentable que 30 años después de la caída del Muro de Berlín aún haya que conjurarse para defender las sociedades abiertas frente a sus enemigos.

Pero basta con ver el mundo, rincones incluso que creíamos a salvo de las pulsiones totalitarias, para comprobar que no sólo es muy acertado este acto, sino lo trascendente de su celebración.

De un tiempo a esta parte, observamos cómo el populismo, en sus distintas versiones, se aprovecha de la angustia, las frustraciones y las dificultades de las personas, para tomar las instituciones con el único objetivo de desmontarlas desde dentro.

Y lo hace destejiendo las sociedades, azuzando fantasmas del pasado y creando compartimentos estancos y enemigos imaginarios a los que responsabilizar de sus fracasos e inutilidad.Lo vemos en América Latina.

El continente hermano para España ha sido un triste y doloroso pionero. Lo que empezó en Cuba, se extendió a Venezuela y ha llegado a Nicaragua, ahora amenaza ya a otros países y ha cruzado el océano hasta alcanzar a la vieja Europa, el continente que alumbró la idea misma de libertad.

El régimen liberticida de los Castro, como los seísmos que sólo dejan a su paso destrucción, también ha ido teniendo sus réplicas en otras naciones en las que los efectos no han cambiado. La misma devastación, la misma miseria y el mismo terror. Y esto nos muestra una cruda verdad: que allí donde la libertad se resquebraja, la pobreza y la opresión destruyen esas naciones.

Pero es también América el continente que nos está dando esperanza. Mario Vargas Llosa ofrece con su obra un arma para todos los defensores de la libertad.

También, Leopoldo López, al que felizmente podemos tener a salvo en España desde donde sigue defendiendo el gobierno legítimo del presidente Juan Guaidó frente a la farsa electoral de un régimen terrible que ha asesinado a miles de inocentes y sepultado la gran riqueza venezolana en corrupción y narcotráfico. Lo incomprensible es que tenga el apoyo de gobernantes en España.

El régimen bolivariano del socialismo del siglo XXI y el Alba fue la punta de lanza, sostenida por el régimen castrista, pero luego financió e impulsó el radicalismo populista que ahora campa por Europa y muy especialmente aquí, en España.

Han ascendido al Gobierno partidos abiertamente antisistema, que reniegan de la esencia de nuestro Estado de Derecho y de nuestro pluralismo político. Partidos que se han atrevido a amenazarnos con que nunca llegaremos al Gobierno, dinamitando la alternancia política y confundiendo sus deseos inconfesables con la realidad.

Pero esto no es sólo un retroceso en términos democráticos; es, además, la mayor amenaza a la que se enfrenta nuestra libertad.

Porque como decía John Rawls el pluralismo funciona como el canario en la mina, allí donde se asfixia, las libertades se acaban ahogando.

Además, han arrastrado a partidos tradicionales al revisionismo de la Constitución, la Transición y hasta la forma política de la Nación Española.

Por eso son los continuos ataques a la monarquía, al Poder Judicial, a la prensa y a la oposición o el control que quieren ejercer sobre la libertad de expresión de los ciudadanos con un orwelliano Ministerio de la Verdad, lo que hacen que la defensa de la libertad sea una urgencia también en España.

Y dentro de esa urgencia, no la hay mayor que la de recuperar la concordia, la convivencia y el respeto al imperio de la ley como fundamento de la propia democracia. Yo siempre he dicho que la ley es el precio de la libertad, y la libertad es el premio de la ley. Hay que reconstruir una esfera pública de lazos y no de fosos, en la que la visión de la realidad no sea la que dicta un Consejo de Ministros, sino la que cada ciudadano concibe por sí mismo, asistido por medios de comunicación libres, instituciones fuertes, y gobiernos honestos, eficaces y reducidos.

Unas instituciones sólidas necesitan de gobernantes responsables y sinceros, y no alquimistas del poder que usan a la sociedad como un tablero de ajedrez y a los ciudadanos como simples peones al servicio de su vanidad e interés personal.

Mario sabe lo que sucede cuando las instituciones y la vida pública dejan de estar presididas por la verdad y empiezan a estar en la almoneda de la mentira, la arrogancia y la incompetencia impune. Quienes ya hemos nacido en democracia tenemos el deber de proteger el legado histórico que recibimos de nuestros mayores.

Esta semana celebramos el domingo el 42 aniversario de nuestra Constitución que coincide con el 45 aniversario de la restauración monárquica, que es el como símbolo de la continuidad histórica de nuestra España, ya cinco veces centenaria.

La Constitución de 1978 no es sólo un texto legal; no es solo la Ley de Leyes. Es la materialización de las esperanzas de una Nación que quiso ser libre.

Pero el precio de la Libertad es su perpetua vigilancia, como dijo Jefferson. Por eso, desde entonces y a lo largo de más de cuatro décadas, el pueblo español ha ido ratificando generación tras generación, la vigencia de la reconciliación, el europeísmo, del atlantismo y el patriotismo constitucional, en el que nadie renunció a sus ideas, pero todos sumamos fuerzas en favor de la causa común de la libertad y de la convivencia.

Durante más de 40 años, los españoles hemos empleado nuestra libertad para tender puentes y no para cavar fosos; supimos ser libres juntos.

Y aún sabemos serlo. Más aún: aún queremos serlo. A pesar de que algunos, por mucho poder que tengan, nosotros somos más y tenemos razón. Hubo que asumir renuncias.

Los que regresaron del largo exilio, renunciaron a cualquier revanchismo; los que perdieron su poder, renunciaron en su mayoría a aferrarse a él; y nosotros, los hijos del esfuerzo de aquella generación, debemos renunciar a resucitar los viejos fantasmas de nuestra Historia reciente.

El pueblo español no estuvo dispuesto a vivir otro episodio como el de la Constitución de 1812. En aquella ocasión, la unión de los españoles de ambos hemisferios no pudo sobrevivir mucho tiempo al absolutismo.

Pero en 1978, la ambición de libertad y la firme decisión de convivir y de suturar las heridas, pudo con todos los desafíos y dificultades. Hoy hay quienes quieren irresponsablemente reabrir esas cicatrices.

Hay quienes quieren aprovecharse de tiempos de conmoción social y económica como el que vivimos.

Este virus que nos está golpeando, lejos de llamar a la responsabilidad y al sentido de Estado, está suponiendo un acicate para quienes tienen agendas de recortes de libertades.

Los que no creen en la democracia liberal, esperan siempre momentos de crisis como estos para poner en marcha los engranajes de su maquinaria.

Con la propaganda partidista, la ocupación de los órganos reguladores y el Poder Judicial, el ataque a la libertad educativa, al español, a la libertad de expresión, a la propiedad privada, a la propiedad inmobiliaria, al libre mercado y al Estado de Derecho.

Es decir, una enmienda a la totalidad a los principios del liberalismo de Hayek, Smith, Popper, Berlín, Revel, Aron y Ortega que magistralmente ha compilado Mario en La Llamada de la Tribu.

En pocos meses el Gobierno ha avanzado en el que parece ser su único objetivo: debilitar tanto a las instituciones que sólo quede como referencia el poder de un presidente que, además, es el que menor apoyo popular ha tenido de toda la historia democrática de España.

Es ahora, en estos momentos de tan profunda crisis, cuando se está decidiendo no el presente, sino el futuro más inmediato.

Es ahora cuando se decide cómo será la España que nos encontremos tras la pandemia. Y también quién la liderará; si los moderados centristas liberales, europeístas y atlantistas, o los radicales extremistas que quiere desgajar España desde su independentismo, o blanquear la criminal historia del terrorismo de ETA.

Pretenden pasar del Estado de Derecho, al derecho a un Estado, para acabar en un Estado sin derecho. Y eso no es solo ilegal, sino también inmoral. En un marco orteguiano, el Gobierno, está perdiendo “toda intimidad con la nación”.

Sólo pretende avanzar en su particular agenda política, con la idea de que con esa agenda podrá sostenerse en el poder tanto como deseen. Pero no. Están creando una “España oficial” a la medida de sus propios intereses, pero no una España real.

La real es la “España vital”. La que cada día vemos cómo se agrupa en asociaciones de todo tipo para defender sus legítimos intereses y pronto, estoy seguro, que se unirá en torno a la única alternativa política para derrotar al gobierno en las urnas.

La pandemia aún no ha terminado; estamos en momentos críticos para el control del virus, pero también en momentos decisivos para el futuro inmediato en libertad.

El COVID ha traído consigo una dura realidad: por primera vez, España corre el riesgo de no ser lo que los españoles quieran que sea, sino el resultado de la ingeniería social de un Gobierno.

Y por primera vez un Gobierno no quiere dejar un país mejor, sino un país distinto, una Nación a su medida en la que no quepa el discrepante.

Por eso, tenemos que defender la libertad como el bien más preciado que tiene el ser humano, y por el que bien merece arriesgar la vida, como dijo nuestro ingenioso hidalgo.

Eso es lo que han hecho los valientes opositores cubanos y venezolanos, eso es lo que haremos la oposición en España, y estoy seguro que eso es lo que harán la inmensa mayoría de españoles cuando tengan la oportunidad de elegir.

Muchas gracias.