La deuda moral de la crisis económica

Publicado en ABC

Jaime Mayor Oreja es el candidato del PP para las Elecciones Europeas
Jaime Mayor Oreja es el candidato del PP para las Elecciones Europeas

De todas las urgencias y prioridades que tenemos hoy en la Unión Europea y en España, la primera es comprender, analizar y diagnosticar lo que nos sucede, la crisis que nos azota y como una consideración esencial para valorar y enjuiciar las soluciones que se apuntan, me atrevo a recomendar que es preciso alejarse de aquellas formulaciones categóricas o terminantes que algunos presentan como grandes conclusiones de lo que sucede.

El desprestigio de la libertad de mercado, la refundación del régimen capitalista, el final del imperio americano son, entre otras, sentencias o al menos afirmaciones exageradamente rotundas. Lo más llamativo es que aquellos que se atreven a llegar a conclusiones tan categóricas, no habían anticipado, ni previsto, ni tan siquiera se habían aproximado a la magnitud de la actual crisis financiera y económica.

Si casi nadie ha sido capaz de prever lo que ha sucedido y vivimos con sorpresa infinita lo inesperado, casi nadie será capaz de tener la credibilidad suficiente para aportar las soluciones adecuadas. Y, en todo caso, es exigible a todos una buena dosis de prudencia a la hora de enfocar el tratamiento del enfermo cuya enfermedad hemos sido incapaces de diagnosticar.

Tratemos, por tanto, de profundizar en el diagnóstico de lo que nos sucede hoy en la Unión Europea para apuntar después las prioridades, los cambios que debieran producirse en su seno.

Es una realidad el hecho de que hoy vivimos unos momentos en los que la crisis económica y financiera lo abarca todo, lo ocupa todo; ha adquirido ya el carácter de "omnipresente" y también en la UE porque está en todos los medios de comunicación pero también en nuestras conversaciones, preocupaciones, en nuestra propia familia, en nuestra propia vida.
«El desprestigio de la libertad de mercado, la refundación del régimen capitalista, el final del imperio americano son, entre otras, sentencias o al menos afirmaciones exageradamente rotundas»

El grado de incertidumbre que se ha apoderado de nosotros no tiene parangón con ninguno de los acontecimientos que a la inmensa mayoría de nosotros nos corresponde vivir, pero considero que de esta crisis, cuyas consecuencias todavía son impredecibles, no conocemos todavía su profundidad, su auténtico rostro.

Lo único que podemos, no sólo suponer sino afirmar, es que no es una crisis más, no es una crisis cualquiera. Es una crisis, no solamente global, sino total, que alcanza no solamente a la economía, sino también a la sociedad, y lo que es más grave, a las personas que, arrolladas por un cierto relativismo, están perdiendo sus referencias más necesarias, de forma que día a día ven debilitarse la confianza en sí mismas, como se debilita la confianza en los mercados.

Se habla mucho de crisis de confianza en la economía, pero lo más grave, y por ello más difícil de combatir, es la crisis en nosotros mismos, en nuestras propias convicciones.

Ciertamente, cuando se vive por encima de las posibilidades de uno, cuando se gasta más de lo debido, cuando la ficción y la especulación presiden también nuestros comportamientos y a veces nuestros ingresos económicos, cuando siempre quieres más y más y nunca parece que tienes, en todos los ámbitos de la vida, lo suficiente, estás no sólo explicando lo más sustancial de esta crisis económica y financiera sino que estás describiendo una crisis de valores.

Cuando los índices de natalidad son los que son en Europa y especialmente en España, cuando el fenómeno de la inmigración no constituye una expresión de generosidad europea sino de puro egoísmo, cuando huimos de las reglas, de las obligaciones, del ahorro, de las verdades y buscamos siempre la comodidad, el dinero fácil, volvemos a encontrarnos de bruces ante una auténtica crisis de valores.

«En la Unión Europea, en España, en nuestra sociedad se ha alcanzado un desequilibrio cierto. El desequilibrio producido entre el bienestar que disfrutamos y el esfuerzo que desarrollamos»

La crisis económica y financiera solapa y esconde por ello otra crisis que, además, en buena medida, constituye su causa y origen y de la que todos o al menos una mayoría somos responsables en términos morales.

En la Unión Europea, en España, en nuestra sociedad se ha alcanzado un desequilibrio cierto. El desequilibrio producido entre el bienestar que disfrutamos y el esfuerzo que desarrollamos.

El desequilibrio propio de vivir por encima de nuestras posibilidades, adquiriendo por ello plena actualidad y urgencia/vigencia, nuestra popular fábula atribuida a Esopo y recontada por Jean de la Fontaine y Félix María de Samaniego "La cigarra y la hormiga" confirmando una vez más la sabiduría de aquellos hombres. Hemos sido más cigarras que hormigas.

Resulta una obviedad subrayar que, lógicamente ante una crisis financiera y económica, la opinión de los expertos es muy importante. Ni que decir tiene que el acierto o el desacierto de los Gobiernos europeos y de la Unión no es indiferente. Nadie debe pretender devaluar lo que sin duda es muy relevante, incluso decisivo. Y, que además, especialmente en el ámbito financiero y económico es urgente. Lo que señalo es que no es suficiente.

Las medidas financieras que se están adoptando creo que son necesarias e indispensables. Pero al mismo tiempo, creo y sobre todo intuyo, que son al mismo tiempo, unas medidas que acarrearán dificultades y además son insuficientes al no acometer los aspectos más profundos de la crisis. Hay que escuchar más a los historiadores, a los pensadores, a los intelectuales, a los hombres de pensamiento que a loas expertos en economía porque ni esta crisis es cualquier crisis, ni esta crisis es solamente de carácter económico y financiero.

Hay quienes, desde la solvencia económica, se atreven a comparar aquella terrible crisis de 1929 con la que estamos viviendo hoy. Pero no son comparables los riesgos de carácter social de hoy con las consecuencias de aquella crisis aunque podamos extraer algunas enseñanzas de lo que siguió a aquella crisis.

Una crisis económica tan profunda como la que vivimos, de la que estamos en el comienzo y por ello en la ignorancia, conlleva siempre mayores desequilibrios y conflictos sociales y en estas circunstancias siempre surgen movimientos políticos y sociales extremos.

Esa fue la historia de Europa y de España, que nos recuerda que, en esta situación de crisis, se crean lagunas y vacíos, que por su propia naturaleza, tienen que llenarse, que completarse. Estos vacíos, al final, son ocupados por ideologías extremas y radicales.

«No podemos ignorar el riesgo de que se intenten buscar soluciones a esta situación de carácter excesivamente radical por exceso de tecnicismo o incluso de dogmatismo»

Aunque la situación de Europa ha cambiado sustancialmente a partir de la nueva dinámica introducida por el Tratado de Roma, no podemos ignorar el riesgo de que se intenten buscar soluciones a esta situación de carácter excesivamente radical por exceso de tecnicismo o incluso de dogmatismo.

Por eso, para orientar la salida de la situación en que vivimos y las medidas necesarias para ello, es preciso pensar antes hacia donde queremos ir y cómo queremos que quede configurada nuestra sociedad en términos políticos, económicos y sociales porque la crisis en su conjunto, sólo se superará con un cambio profundo de actitudes y comportamientos de carácter personal, familiar e institucional.

Una vez más, se confirma que "la persona", debe ser no sólo el centro de nuestra acción política, sino también la esperanza para afrontar, salir o despejar la actual crisis que padecemos. Porque son personas quienes gobiernan las naciones, son personas quienes hacen sociedad, son personas quienes dirigen las empresas, son personas quienes componen las familias y son, desde luego, las personas quienes con sus comportamientos determinan las vicisitudes de la economía.

La economía tiene dos componentes básicos; los recursos naturales y la actividad humana. Los recursos naturales son los que son y están donde están por lo que la única variable que determina los movimientos económicos radica en la actividad humana.

A lo largo de estos últimos años hemos escuchado brillantes discursos políticos sobre la Unión Europea protagonizados por quienes han presidido el Consejo Europeo, como el de Tony Blair o el de Nicolás Sarkozy. Sin embargo, la necesaria regeneración de la Unión Europea exige más, mucho más que un discurso brillante de un líder u otro de una nación Europea.

La regeneración que precisamos es mucho más que un discurso, es un proceso que exige un cambio de actitud, tanto en quienes nos dedicamos a la política europea como al conjunto de los europeos. Porque regenerar constituye el verbo adecuado, que siempre es un proceso, pero que simultáneamente exige un momento crítico y simbólico para su arranque y éste indudablemente lo es.

«La regeneración que precisamos es mucho más que un discurso, es un proceso que exige un cambio de actitud, tanto en quienes nos dedicamos a la política europea como al conjunto de los europeos»

La regeneración está tan alejada del inmovilismo como de la revolución y exige más fortaleza moral, más autenticidad, más capacidad de sacrificio que uno y otra.

Exige sobre todo convicción; los europeos deben estar convencidos que si desean que la Unión Europea sea un actor protagonista y real, hay que saber "exigirse" un esfuerzo. Hay que alejarse de la "cultura" del mínimo esfuerzo que caracteriza la actual construcción europea para aproximarse primero y profundizar después en el significado de la "cultura" política del esfuerzo.

Esta actitud es la clave para el trecho que resta para la culminación de la Unión Europea. La regeneración que exige la Unión Europea, precisa la multiplicación de nuevas actitudes, alejadas de la inercia y la burocracia europea, presididos por el esfuerzo. Pero, en primer término, deben ser las instituciones y los representantes políticos quienes debemos dar y ser ejemplo.

Cualquiera que siga con un mínimo de atención los análisis que se vienen haciendo de la actual situación, puede constatar con evidencia la reiteración de comentarios sobre mercados, sistemas, paro, instituciones y toda clase de conceptos u organismos, así como la escasez de consideraciones sobre las personas. Creo que no exagero mucho si apunto que para los dirigentes políticos las personas son esencialmente votantes y para los economistas consumidores.

Por eso, yo creo que la primera aproximación que debemos hacer para orientar una regeneración de esta situación debe consistir en fortalecer la dignidad de las personas y dignificar las virtudes de la condición humana. Es decir, más humanismo.

Las personas no pueden ser consideradas como simples sujetos pasivos de la acción política o económica, puesto que son sus agentes activos más importantes y como tales debemos considerarles en la doble vertiente de participación y responsabilidad.

Es necesario hacer sentir a las personas esta condición de agentes activos y su reconocimiento por parte de los poderes públicos, así como su responsabilidad individual en el devenir de toda clase de acontecimientos. Pero esta acción debe ir acompañada de una exigencia del sentido de responsabilidad, requiriendo que cada persona aporte lo mejor de sí misma, se sienta parte de una comunidad, desarrolle sus virtudes y controle sus defectos, constituyéndose en testimonio y agente individual de una regeneración auténtica.

Vivimos una era de exaltación de los derechos, muy en línea con la ola de relativismo rampante pero procuramos buscar cualquier camino para eludir el cumplimiento de nuestras obligaciones. Quizá pueda contraponerse este momento a aquel del año 1.948 en que la Organización de Naciones Unidas se vió obligada a promulgar la Declaración Universal de Derechos Humanos, como reacción a su grave conculcación por regímenes totalitarios, pues lo que ahora haría falta sería una declaración universal de obligaciones humanas.

«La primera obligación de los dirigentes políticos y económicos con las personas es anteponer la verdad frente a lo políticamente correcto»

Hemos de convencernos, de que el cumplimiento de las obligaciones es más importante para la convivencia e incluso para uno mismo que el ejercicio de los derechos y, en consecuencia, aquél debe primar siempre sobre éste. El trabajo es esencialmente una forma de vivir, que dignifica a la persona y como tal hay que considerarlo, cultivando en todo momento la ilusión por el trabajo bien hecho. Y todo ello llegando siempre a un nivel que requiera esfuerzo, pues el esfuerzo es un bien en sí mismo que evita la acomodación y es, además, necesario para el desarrollo de la propia personalidad y del servicio a la comunidad.

La primera obligación de los dirigentes políticos y económicos con las personas es anteponer la verdad frente a lo políticamente correcto. Por respeto a su dignidad y como presupuesto indispensable para exigirles su responsabilidad, hay que empezar por decirles la verdad, aunque ello suponga el esfuerzo y el sacrificio de alejarse de lo políticamente correcto.
Por ejemplo, volviendo a la cuestión de moda que es la economía, en la que ya se distingue entre economía financiera y economía real, yo creo que nuestra obligación es buscar la economía "verdad", evitando el riesgo de volver a incurrir en los errores que nos han llevado a esta situación.

En la fecha de hoy, la Unión Europea, es ya un permanente proceso electoral. En la práctica puede comprobarse que no hay quincena en la Unión Europea sin que haya un proceso electoral. Es lógico y natural, propio de la naturaleza de la democracia y aunque se deberían concentrar y coordinar mejor el calendario electoral europeo, no parece fácil en la práctica la resolución de esta cuestión.

Todos tenemos la voluntad y la vocación de tratar de ganar la confianza de los ciudadanos europeos a favor de nuestros proyectos políticos. Pero las encuestas de opinión no pueden sustituir nuestros principios y valores no deben tener nunca como función y objetivo el hecho de que los políticos se plieguen dócilmente y se dejen esclavizar por un estado de opinión determinado.

Su función debe ser otra; a veces su actividad radica en el estímulo al esfuerzo político precisamente para cambiar un determinado estado de opinión, para que el nivel político o ético o moral de una sociedad no se desmorone. Las encuestas deben ser termómetros y a veces alarmas para saber dónde poner el acento político y social para cambiar y/o actuar.
«El futuro para la consolidación europea tampoco se completará siguiendo dócilmente las encuestas de opinión y exigirá poner el acento en los principios y valores propios»

Si la Unión Europea es una realidad no ha sido gracias a las encuestas de opinión. Han sido principios, valores, convicciones que se tradujeron en actitudes personales ejemplares que fueron motores e impulsores de la Unión Europea.
El futuro para la consolidación europea tampoco se completará siguiendo dócilmente las encuestas de opinión y exigirá poner el acento en los principios y valores propios.

La regeneración de la Unión Europea exige no sólo compartir problemas de carácter europeo sino ser capaces de ofrecer un modelo de solución europea. Un modelo que pasa primero por convencer a los europeos de la necesidad de la Unión para sentirnos seguros en un mundo globalizado en el que emergen potencias de gran dimensión y, después, por ayudarles a encontrar su sitio en esta nueva unidad política.

Pero además, un modelo europeo exige que sepamos determinar y acotar las competencias de las instituciones de la Unión y de los Estados miembros, en los grandes problemas que compartimos. El debate entre la Europa Federal y los partidarios de la Europa intergubernamental, en mi opinión, ha sido superado hace mucho tiempo, pero las actuales circunstancias de crisis, lo desbordan mucho más.

La Unión Europea que hoy tenemos no es la Unión Europea que necesitan los europeos. Pero este alejamiento de una Europa excesivamente virtual que nos preside exige, primero, que escojamos y prioricemos una serie de problemas que compartimos ya los europeos y que a todos y cada uno nos afectan, para que todos vayamos viendo en la Unión algo de todos y para todos.

Busquemos y encontremos luego un modelo europeo de reparto de competencias para cada uno de ellos sin que tengamos por qué generalizarlo. En alguno de ellos, la Unión Europea tendrá que tener más protagonismo y competencias y en otros, menos.

El ritmo de consolidación europea no tiene por qué ser el mismo para cada uno de los aspectos. Lo importante es que los europeos comprendan, entiendan mejor y por ello valoren, critiquen o enjuicien el funcionamiento de las instituciones de la Unión.

«Es preciso, no obstante, concretar el significado determinado del pensamiento humanista, no basta con conformarse en decir que la persona es el centro de nuestra acción política»

Exactamente lo mismo que pueden hacer con el funcionamiento de las instituciones que formen parte de un estado miembro que deben avanzar en dirección a la coordinación de las políticas económicas, en la supervisión y regulación financieras; ordenar el fenómeno de la inmigración; la lucha contra las organizaciones terroristas, contra la delincuencia organizada, a través de su nuevo modelo, viable y compatible con las actitudes protagonistas de la seguridad en estos ámbitos que son de carácter nacional; la energía, la seguridad energética por un lado y el medio ambiente y las acciones frente al cambio climático; la política exterior y de defensa deben de tener una cierta y determinada política europea.

Tenemos también que saber alejarnos de los Partidos Políticos virtuales de carácter europeo y alcanzar la dimensión real de un grupo político esencialmente en términos de cohesión y esto significará un gran paso en le proceso de la Europa virtual a la Europa real.

Es preciso, no obstante, concretar el significado determinado del pensamiento humanista, no basta con conformarse en decir que la persona es el centro de nuestra acción política, ello exige en primer lugar que se cree un grupo de trabajo para explicar cómo se desarrolla este principio. La relevancia de la política familiar es también una consecuencia inmediata de esta manera de hacer de la persona el centro de nuestra acción política, e indudablemente la educación debe tener una especial consideración en este enfoque de la acción pública.

Cuando hablamos de alejarnos de lo políticamente correcto en términos europeos, tenemos que ser capaces no sólo de decir que Europa es la historia de un éxito, esencialmente, lo que tendremos que decir es lo que nos falta para culminar la Unión Europea que los europeos necesitan. Hacer de la comunicación el eje central de las Instituciones Europeas constituye un cambio radical en el funcionamiento de las mismas.

La necesidad de desarrollar equipos políticos reales en el seno de las instituciones políticas europeas es también una necesidad y al mismo tiempo un cambio radical. Los grupos parlamentarios además de serlo, deben ser grupos políticos, los miembros de la Comisión Europea deben configurar por encima de cualquier otra consideración un equipo político. Las elecciones europeas próximas: tenemos que ser capaces de concretar en las mismas el significado del criterio que acabo de apuntar en la dirección de una Europa real frente a una Europa virtual.

Creo que no es posible aceptar que nada cambia en el desarrollo y celebración de las elecciones europeas. Decimos que la Unión Europea va avanzando y sin embargo las elecciones europeas siempre son lo mismo. Me pregunto por qué al margen de la evolución del tratado de Lisboa, por qué no cada partido político europeo no tiene un candidato a la elección de la Presidencia de la Comisión Europea.

No basta con candidatos nacionales, hace falta que los europeos voten por apoyar un partido político europeo u otro, un candidato a la presidencia de la Comisión Europea u otro. Las mismas consecuencias de una Europa real frente a una Europa virtual deberían producirse después de la elección europea, no puede ser lo mismo un resultado que otro, si valga de ejemplo, en Italia o en España gana la lista de un partido a las elecciones europeas, en nuestras naciones el comisario deberá ser miembro del partido que ha ganado las elecciones en la nación respectiva.

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